Agradecemos, y pedimos perdón, al maestro Oscar Tusquets Blanca por tomar prestado el título de su libro (una obra magnífica que recomendamos a todo amante de la arquitectura, el arte o simplemente la vida) para utilizarlo en este humilde artículo.

Cuenta Tusquets en su primer capítulo, a modo de introducción, una curiosa anécdota. Sir Edwin Lutyens, uno de los arquitectos británicos más reconocidos del siglo XX, ante la falta de rigor de uno de sus colaboradores, que había colocado una ventana rompiendo la composición geométrica de la fachada trasera de una de sus casas, pidió explicaciones al colaborador, a lo que éste se defendió objetando que por la posición cercana de un muro de cerramiento, esa ventana, o su desafortunada colocación con respecto al resto, no la podría ver nadie. Nunca. Desde ningún punto. El maestro, sin pensarlo dos veces, respondió:

Dios lo ve. 

Así empieza una especie de tratado sobre la búsqueda de la perfección o la negación de la imperfección, una imperfección que siempre está presente y que, aunque es una trampa oculta, siempre acaba saliendo a la luz, sea meses, años o siglos después. Y lo que nos parece más importante, siempre estará presente en la mente de su creador. Como podéis imaginar, poco o nada tiene que ver esto con Dios, sino más bien con el afán simple y llano de algunas personas (ojalá fueran más) por hacer las cosas bien.

Pues bién, de esa pequeña idea parte esta reflexión. Esa pequeña idea que, con permiso de los maestros Lutyens y Tusquets, y por dedicarnos también a este engorroso si-pero-no-arte, rebautizaremos aquí como la maldición del arquitecto.

Cualquier arquitecto se enfrenta casi a diario al universal “qué más da”, al “así también vale”, al “da igual” y, en general, a la omnipresente chapuza. Y ese arquitecto, si merece ser llamado como tal, intentará por todos los medios dar con una solución sencilla, limpia y eficiente, en su búsqueda de la perfección. Ya podemos estar hablando de diseñar un auditorio o distribuir un complejo hospital, de encajar una habitación extra dentro de la normativa y sin salirse del presupuesto o de resolver una junta complicada de la forma mas sencilla y con el menor material posible. Queremos hacer hincapié aquí en que obviamente esto no es solo cosa de arquitectos, sino que se puede extrapolar a cualquier campo.

Es una batalla probablemente perdida. La mediocridad suele salir vencedora. ¿Por qué hacer las cosas bien si haciéndolas regular también funcionan?

Pues porque se pueden colocar los ladrillo rotos y de lado, que con el flamante monocapa no se van a ver (pero están ahí).
Porque nadie (casi nadie) se va a dar cuenta de que la junta de la baldosa y la del rodapié no coinciden.
Porque a quién le importa (y a quién no) que el pilar sobresalga de la pared y el espacio ya no sea tan limpio.
Porque nadie, nunca, desde ningún punto, podrá ver esa ventana descolocada de la fachada trasera de la casa de Lutyens.

A no ser que 200 años después alguien tire el muro que la tapaba, o que se caiga la casa de al lado, y el error (la trampa) salga a la luz.

¿Por qué no hacer sencillamente las cosas bien? ¿Por qué no preocuparse un poco más? ¿Por qué nadie (casi nadie) lo ve?

Nosotros, por suerte o por desgracia, lo vemos.

Puedes encontrar el libro que mencionamos arriba aquí:
Dios lo ve, Oscar Tusquets Blanca
Se trata de una lectura rápida y apasionante, que recomendamos al 100%.

Foto: Sant’Ivo alla Sapienza (Francesco Borromini). Fotografía propia.

Publicado por:José Miguel Sánchez Moreno

Arquitecto en Albacete. Intenso Albacete.

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